Anoche estuvimos cenando en “El mentidero de la villa” (www.mentiderodelavilla.es) un céntrico restaurante madrileño, que apuesta en la cocina por las ideas de José Ynglada, y un atento servicio dirigido por Borja Anabitarte.
El ambiente, clásico, con manteles de hilo y fotos del Madrid de los años cincuenta, es bastante íntimo, dado que sólo dispone de diez mesas, lo que favorece una cena tranquila, aunque (hasta enero!!) la proximidad de una mesa de fumadores puede amargarte los postres.
Para empezar te traen un poco de lomo para ir salivando...
La carta es amplia en entrantes (comenzamos con un insuperable boletus en lasaña con foie y torta del casar, maridando los sabores en una delicadísima salsa) aunque lamentamos la exclusión de las mollejas de cordero lechal asadas que todavía aparecen en la web
Los platos principales quizá algo descompensados, frente a gran variedad de carnes (pularda, solomillo, magret, carrilleras, steak tartar) sólo se indica un “pescado del día” (rape o atún, era lo que tocaba ayer, el primero un poco fuera de temporada, y el primero demasiado previsible..) así que nos decidimos por un rissoto de carabineros y bogavante (muy conseguido el punto de cocción del arroz (¡sí, señores del Ginnos!, un rissoto no significa “arroz crudo”) y el potente sabor del fumet; el bogavante, un poco perdido allí en lo alto, sólo aparecía para la foto y el precio del plato, un par de langostinos a la plancha hubiesen triunfado igual.
El rissoto.
También pedimos unas vieiras con pasta fresca y jugo de trufas negras, sabrosas y una buena elección si no queremos terminar con la sensación de haber cenado demasiado. Lo acompañamos todo con un par de copas de champan, que cubría casi todos los platos.
De postre acabamos con un milhojas de crema (vaya por Dios! Si se les ha acabado el milhojas de nata fresca, ¿por qué no lo dicen al entregar la carta de postres y no cuando ya lo has pedido? y una tarta de queso caramelizada con frutos del bosque que nos devolvió la esperanza en los postres y en la necesidad de reservar siempre un pequeño espacio en el estomago para ellos.
El milhojas y la tarta de queso:
Lo peor: además del club de los amigos de la fortuna (si, los del Lucky) en un salón pequeño y el exceso del foie como ingrediente, destacaría la carta de vinos, que era demasiado elitista (cara) y con excesiva presencia de nuestros amigos de rioja en los tintos; sólo Sauvignon, Chardonnay y un verdejo de Rueda en los blancos y una presencia internacional menor que la de los países en desarrollo en el consejo de seguridad de las Naciones Unidas. Eso si, un Grand Cru Classé a 495€ no podía faltar.
Lo mejor: algunos platos están muy conseguidos, el atento servicio con detalles como el lomo y la mantequilla salada antes de empezar, las galletitas del postre, la sensación de no tener ninguna prisa para que te vayas, que te separen en dos platos el entrante para compartir… y el servicio de aparcacoches, imprescindible en esa zona.