Ningún ser humano indiferente ante la comida es digno de confianza.



(Pepe Carvalho)




domingo, 28 de noviembre de 2010

El mentidero de la Villa





Anoche estuvimos cenando en “El mentidero de la villa” (www.mentiderodelavilla.es) un céntrico restaurante madrileño, que apuesta en la cocina por las ideas de José Ynglada, y un atento servicio dirigido por Borja Anabitarte.

El ambiente, clásico, con manteles de hilo y fotos del Madrid de los años cincuenta, es bastante íntimo, dado que sólo dispone de diez mesas, lo que favorece una cena tranquila, aunque (hasta enero!!) la proximidad de una mesa de fumadores puede amargarte los postres.

Para empezar te traen un poco de lomo para ir salivando...






La carta es amplia en entrantes (comenzamos con un insuperable boletus en lasaña con foie y torta del casar, maridando los sabores en una delicadísima salsa) aunque lamentamos la exclusión de las mollejas de cordero lechal asadas que todavía aparecen en la web








Los platos principales quizá algo descompensados, frente a gran variedad de carnes (pularda, solomillo, magret, carrilleras, steak tartar) sólo se indica un “pescado del día” (rape o atún, era lo que tocaba ayer, el primero un poco fuera de temporada, y el primero demasiado previsible..) así que nos decidimos por un rissoto de carabineros y bogavante (muy conseguido el punto de cocción del arroz (¡sí, señores del Ginnos!, un rissoto no significa “arroz crudo”) y el potente sabor del fumet; el bogavante, un poco perdido allí en lo alto, sólo aparecía para la foto y el precio del plato, un par de langostinos a la plancha hubiesen triunfado igual.



El rissoto.















También pedimos unas vieiras con pasta fresca y jugo de trufas negras, sabrosas y una buena elección si no queremos terminar con la sensación de haber cenado demasiado. Lo acompañamos todo con un par de copas de champan, que cubría casi todos los platos.



















De postre acabamos con un milhojas de crema (vaya por Dios! Si se les ha acabado el milhojas de nata fresca, ¿por qué no lo dicen al entregar la carta de postres y no cuando ya lo has pedido? y una tarta de queso caramelizada con frutos del bosque que nos devolvió la esperanza en los postres y en la necesidad de reservar siempre un pequeño espacio en el estomago para ellos.

El milhojas y la tarta de queso:














Lo peor: además del club de los amigos de la fortuna (si, los del Lucky) en un salón pequeño y el exceso del foie como ingrediente, destacaría la carta de vinos, que era demasiado elitista (cara) y con excesiva presencia de nuestros amigos de rioja en los tintos; sólo Sauvignon, Chardonnay y un verdejo de Rueda en los blancos y una presencia internacional menor que la de los países en desarrollo en el consejo de seguridad de las Naciones Unidas. Eso si, un Grand Cru Classé a 495€ no podía faltar.

Lo mejor: algunos platos están muy conseguidos, el atento servicio con detalles como el lomo y la mantequilla salada antes de empezar, las galletitas del postre, la sensación de no tener ninguna prisa para que te vayas, que te separen en dos platos el entrante para compartir… y el servicio de aparcacoches, imprescindible en esa zona.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Desayunos en Manhattan


















A esta primera comida del día no parece que en Manhattan le presten mucha atención. Somos los turistas, inconfundibles a distancia a pesar de lo variopintos que son los newyorkers,entre otras cosas por ser los únicos que nos sentamos tranquilamente en las mesas a degustar el desayuno y los que podemos deleitarnos un buen rato en elegir entre las numerosas posibilidades que se ofrecen ante nuestros ojos. Antes de entrar en cualquier local, ya puedes elegir entre sitios de “comida rápida” es decir: sin servicio de mesa, sin manteles, y baratos, en los que entra mucha gente sólo a por comida para llevar, y los sitios donde te sientas tranquilamente, vienen a tomarte la comanda, a rellenarte el café cuantas veces lo pidas (e incluso sin pedirlo) y son, lógicamente, más caros. Casi todos los primeros son franquicias y de los segundos hay de los dos tipos, de cadena o más singulares. Lo que es común a todos los lugares es el tema de las medidas: todo es directamente el doble de los que estamos acostumbrados a tomar en nuestro país. El café pequeño es una cantimplora de cuarto de litro hirviente, las tostadas hacen una torre sobre el plato (mínimo cuatro, y máximo, lo que permita la habilidad del camarero para transportarlas sin que se precipiten por el camino) y la bollería requiere del uso del cuchillo y el tenedor, no por cuestiones de protocolo, sino para ir descuartizando a trozos manejables esos pastelones, con la precisión del carnicero experimentado en el arte de extraer solomillos y secretos donde sólo había un trozo de animal.






En Lenny´s (en el 980 de la 8 avenida, www.lennysnyc.com ) después de revisar toda la oferta de desayunos, una permutación a elegir entre huevos, bacón, salchichas, patatas, queso, tomate grillado (al grill, vamos), cebolla pochada, y las tortillas!, francesa, mediterránea (con pimientos, queso feta, aceite de oliva), mejicana (con jalapeños, mozzarella), española, hawaiana… terminamos por inclinarnos por la bollería: muffins (una especie de enorme magdalena) pasteles, trozos de tarta, cruasanes, pastas danesas, bizcochos…















Un bagel de crema de cacahuete.



















Este es de crema de queso fresco y cebollino.

















Se pueden elegir diferentes tipos de pan...
















y rellenarlos con lo que se quiera: salmón, atún, crema de queso, de cacahuete...

En el Bagel & Bean, junto al 1710 de Broadway, desayunamos varios días, y aún así solo pudimos probar algunos de los múltiples bagels (unas rosquillas de pan redondas, que se tuestan y rellenan con todos los posibles ingredientes imaginables) mientras la gente entraba y salía con su café en la mano a toda velocidad, como si todos hubiesen decidido ese día llegar cinco minutos tarde a la oficina

Un poco más arriba, en el 1740 de la misma calle, se puede disfrutar de una ambiente totalmente distinto, como si en lugar de seguir en Nueva York, nos hubiésemos trasladado a algún coqueto barrio residencial parisino. En la brasserie Cognac las mesas y las sillas no son de plástico y metal, son de madera, antigua y barnizada, las mesas tienen pesados manteles de algodón, de un blanco impoluto, y cuando se pide un expresso, te traen un pequeño café en una tacita de porcelana, y no un mercancías rápido cargado de liquido humeante. Por supuesto, tuvimos que pedir el Croque-Madame (jamon de importación, queso suizo, aceite de trufa blanca, dos huevos fritos, y algo de ensalada, por si acaso te quedas con hambre) y un cruasán de los de verdad, de mantequilla, que nos hizo recordar nuestros mejores tiempos en Zuricalday, en Las Arenas. Anda que venir tan lejos para añorar una pastelería tan cercana!. Ya lo dice Muñoz Molina en "Ventanas de Manhattan": Viajar sirve, sobre todo, para aprender sobre el país del que nos hemos marchado...